El Ejército de Chile tiene el orgullo de ser una de las instituciones permanentes en los más de dos siglos de vida republicana de nuestro país. A lo largo de su historia ha estado presente en todos los grandes hitos de su trayectoria política, económica y social, con la certeza que tanto en el presente y como en el futuro, las nuevas generaciones que componen sus filas seguirán comprometidas con la seguridad, defensa, la paz, el bienestar de la Patria y al genuino espíritu de nacionalidad.
Cabe recordar que este compromiso histórico es aún más antiguo, pues se origina en las primeras manifestaciones de conformación de un Ejército permanente, cuando por Real Cédula de 1603 nació el primer Ejército del Reino de Chile.
Chile se constituyó en unos de los reinos hispánicos en Indias Occidentales, dependientes de la corona de Castilla, los cuales en igualdad jurídica con los de la Península Ibérica, conformaron la grandeza de España.
Las elevadas pérdidas humanas y materiales sufridas por los españoles en el transcurso de la segunda mitad del siglo XVI, hicieron necesaria la creación de un Ejército permanente. Fue así como a sugerencia del gobernador don Alonso de Ribera, el rey Felipe III, por Real Cédula de enero de 1603, creó el Ejército del Reino de Chile, el primero en ser organizado en Hispanoamérica. Esto demostró la importancia que el Reino de Chile tenía para la Corona española, pues era la que le proporcionaba la defensa de un extenso territorio al sur de América.
Alonso de Ribera aumentó la capacidad profesional y combativa de la tropa, estableció una digna escala de sueldos y llegó incluso a fundar industrias básicas para abastecer al personal militar. Con el tiempo, este Ejército fue objeto de constantes mejoras, luego de la dictación de ordenanzas y reformas de acuerdo a las necesidades del país y sirvió de base para la composición del Ejército de Chile que se crearía a inicios del siglo XIX.
El Ejército que se fue organizando durante la Patria Vieja, estaba compuesto por algunas de las antiguas unidades del Ejército Real de Chile, las nuevas unidades organizadas por criollos y españoles independentistas y las milicias. Este fue el que se batió con valentía en los campos de batalla, a pesar de su falta de organización, armamento y equipo.
En este periodo, resalta la figura de José Miguel Carrera, quien, como gobernante de Chile, tuvo el mérito de haber sido el primero en impulsar la plena independencia de la Corona.
Este ejército tuvo triunfos y derrotas, pero sus integrantes lucharon con valentía en Yerbas Buenas, San Carlos, Concepción, Talcahuano, Chillán, El Roble, Quilo, Membrillar, Cancha Rayada, Quechereguas y Rancagua, entre otras.
Luego del Cruce de Los Andes y las victorias de Chacabuco y Maipú, el General Bernardo O'Higgins asumió el mando como Director Supremo, organizó el gobierno y consolidó la Independencia de Chile. Entre sus obras destacan la creación de la Academia Militar, que posibilitó impartir una doctrina militar, y de la Escuadra Nacional, llamada a cautelar la presencia de Chile en el Océano Pacífico.
Destaca la organización de la Expedición Libertadora del Perú, bajo bandera y financiamiento nacional, con tropas mayoritariamente chilenas y un porcentaje menor de tropas argentinas, al mando del General José de San Martín.
Luego sobrevinieron una serie de tropiezos y conflictos propios de un Estado que iniciaba su vida independiente y luchaba por establecer un sistema de gobierno republicano, lo que produjo continuos ensayos y fracasos, pero Chile comenzó a avanzar hacia el engrandecimiento de sus instituciones. El Estado se preocupó de cimentar las entidades que necesitaba la vida nacional. La República avanzó con seguridad por el camino de un desarrollo notable y sostenido.
En las primeras décadas de vida republicana, Chile debió enfrentar un grave peligro a su soberanía a causa de la formación de la Confederación Perú-Boliviana, encabezada por el Mariscal boliviano Andrés de Santa Cruz, que buscaba llevar adelante la creación de una Federación Andina, proyecto que rompía el equilibrio internacional.
Chile le declaró la guerra y luego de la fallida primera expedición al mando del almirante Manuel Blanco Encalada, que zarpó de Valparaíso en septiembre de 1837, se organizó una nueva campaña, esta vez al mando del General Manuel Bulnes, quien el 20 de enero de 1839 derrotó definitivamente a Santa Cruz en la Batalla de Yungay, gracias a sus notables dotes de conductor militar y a la admirable capacidad guerrera del soldado chileno.
Gracias a la victoria, Chile emergió como una nación respetable por su organización interna, su unidad nacional y su situación privilegiada a orillas del océano Pacífico. El General Manuel Bulnes fue elegido Presidente de la República y durante su administración -que se extendió entre los años 1841 y 1851- el país experimentó significativos avances en todos los campos de la actividad nacional.
Entre las décadas de 1820 y 1860 se produjeron tres enfrentamientos civiles, producidos por los diferentes proyectos políticos relativos al sistema de organización de la República.
El primero de estos enfrentamientos fue la Guerra Civil de 1829, que concluyó con la Batalla de Lircay (17 de abril de 1830). A pesar de no lograrse la normalidad inmediatamente luego de la batalla, un acuerdo posterior puso término al conflicto.
Luego ocurrió la Guerra Civil de 1851, que se decidió en la Batalla de Loncomilla (8 diciembre de 1851) y, seguidamente, el combate de Ramadillas (8 de enero de 1851) que puso fin a los últimos insurrectos de Copiapó.
Finalmente, la Revolución de 1859, donde el Ejército se mantuvo cohesionado apoyando la institucionalidad vigente, razón por la cual no llegó a una guerra civil. En este caso, tras la Batalla de Cerro Grande (29 de abril de 1859), se logró la derrota definitiva de las fuerzas revolucionarias.
Después de tres siglos de la denominada “Guerra de Arauco” y del mantenimiento de la frontera del Biobío, el gobierno del presidente José Joaquín Pérez decidió inició la ocupación de los territorios ubicados al sur del Biobío, con el objetivo de hacer efectiva de la soberanía nacional en esa porción del territorio.
De manera progresiva, durante casi dos décadas, se realizó el adelantamiento de la Frontera, primero desde el Biobío al Malleco y, posteriormente, hasta el rio Traiguén.
Inspirado en el espíritu americanista, Chile se hizo parte de un conflicto con España en apoyo a Perú, a raíz de un roce diplomático entre estos dos países. España se apoderó de las guaneras ubicadas en las islas Chincha (costa sudoeste de Perú) lo cual significó un gran daño económico para Perú. Chile, en solidaridad, declaró la guerra a España el 24 de septiembre de 1865.
Esta guerra causó graves daños al país, debido al bombardeo a Valparaíso por parte de la escuadra española, además de los combates navales y terrestres en el norte -como Calderilla- y en el sur -como Tubildad-.
Finalmente, la paz con España se estableció en 1883, con un tratado firmado en Lima el 12 de junio de ese año.
Entre 1879 y 1884, el Ejército, junto a la Armada y al país entero, enfrentaron a las fuerzas aliadas de Perú y Bolivia en una guerra que constó de cinco campañas: la Marítima, Tarapacá, Tacna y Arica, Lima y de la Sierra. La prueba a la que fue sometido el país terminó de forma favorable para los chilenos, debido a la superior conducción militar de las operaciones y a la notable capacidad combativa alcanzada por el Ejército y la Guardia Nacional, que se transformaron en un compacto y disciplinado conjunto de soldados profesionales en los campos de batalla.
De los tantos personajes destacados, vale mencionar al General Justo Arteaga, quien organizó el Ejército de Operaciones del Norte; el Teniente Coronel Eleuterio Ramírez, caído en la Batalla de Tarapacá; el Sargento 2° Daniel Rebolledo, que clavó la bandera en Morro Solar durante la batalla de Chorrillos; al Capitán Ignacio Carrera Pinto, seguido de sus 76 inmortales; al Coronel Alejandro Gorostiaga, cuyo triunfo en Huamachuco obligó al enemigo a firmar la paz; y el General Manuel Baquedano, sin dudas, el “general invicto”.
Terminada la guerra, el Ejército comprendió la necesidad de actualizarse en aspectos de organización y equipamiento. Así, el alto mando y un grupo de oficiales, con el apoyo de oficiales alemanes contratados, fueron los principales artífices de la modernización de la Institución a fines del siglo XIX. Esto condujo a la creación de la Academia de Guerra, la readecuación de los planes de estudios de la Escuela Militar y la inauguración de la Escuela de Clases, institutos fundamentales en la preparación de los oficiales y Cuadro Permanente del Ejército.
La contienda fratricida de 1891 encontraría al Ejército dividido. Una vez que detonado el conflicto, parte importante del Ejército, consecuente con la doctrina institucional y su respeto a la Constitución, se mostró leal al gobierno del presidente de la República José Manuel Balmaceda.
Terminada la guerra, fue disuelto el Ejército Gobiernista y hubo sucesivas reorganizaciones. En julio de 1895 se crearon las Zonas Militares, medida dio una nueva estructura organizativa a la Institución. Tiempo después, el gobierno, convencido de la importancia del Servicio Militar Obligatorio, encargó el 2 de febrero de 1899 la redacción de un proyecto de ley, que luego de algunas modificaciones, se convirtió en la “Ley de Reclutas y Reemplazos del Ejército y la Armada”, promulgada en septiembre de 1900.
Con la llegada del siglo XX, se consolidó la labor reorganizadora del Ejército de Chile. En este proceso se crearon, entre otras reparticiones, la Inspección General, los servicios logísticos y las divisiones, brigadas y regimientos a lo largo del territorio nacional. Más tarde, vieron la luz el Instituto Geográfico Militar y la Academia Técnica Militar.
El prestigio alcanzado por el Ejército de Chile a nivel americano llevó a que numerosos países solicitaran misiones militares para que colaboraran en la reorganización de sus ejércitos, lo que se materializó exitosamente en países como Colombia, El Salvador y Ecuador.
Durante la década de 1920, la situación social, económica y política de la nación se manifestó en una sucesión de crisis políticas que tendrían como protagonistas a oficiales de Ejército.
Entre 1940 y 1950 se produjeron acontecimientos que continuarían con la línea de modernización, como la transformación de un ejército hipomóvil a uno motorizado, la creación del arma de Blindados, de Telecomunicaciones y de la Escuela de Montaña, la organización de la Defensa Civil por parte del Estado Mayor General del Ejército y la habilitación de la Base Militar Antártica “Bernardo O’Higgins”. También se dio una nueva estructura a los servicios del Ejército, como Material de Guerra, producto de la evolución técnica de las armas.
En los setenta, como consecuencia de la crisis política, social y económica a la que había llegado el país, las Fuerzas Armadas asumieron el poder de la nación en septiembre de 1973.
En el plano internacional, el país debió afrontar dos crisis internacionales en 1974 y 1978, en las cuales el Ejército, junto con las otras instituciones armadas, fueron exitosas en su rol de la defensa nacional, al actuar disuasivamente ante amenazas externas, lo que permitió continuar en una tradición de paz que se prolongó por más de un siglo.
Continuando el proceso de modernización iniciado en las últimas décadas de la centuria pasada, durante el presente siglo la gestión de mando en el Ejército se ha enfocado en cumplir las tareas que le asigna la Constitución y ha centrado sus principales tareas en tres grandes áreas:
Por otra parte, el Ejército, según las disposiciones de las autoridades ejecutivas, ha debido apoyar en una serie de acontecimientos que han afectado al país, ya sea por desastres naturales, emergencias climáticas o sanitarias. En todos estos acontecimientos el Ejército ha debido movilizar a sus efectivos y asistir con sus capacidades logísticas para realizar tareas de control y rescate. Dentro de los acontecimientos más relevantes vale mencionar: